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¿Cómo se puede cambiar una realidad social a través de la música? Conoce la historia de tres paisas que han inspirado a cientos de jóvenes con el Hip-Hop.
En 1999 Henry Arteaga –conocido como el JKE– dio vida a los “Crew Peligrosos”, una agrupación que hoy, 15 años más tarde, se ha convertido en un proyecto de vida para cientos de jóvenes que no parecían tener una opción distinta a la violencia. El JKE, que creció en las comunas de Medellín, decidió enfrentar su realidad de otro modo: a través de la música, el baile y la cultura.
“Creemos que lo que hacemos es una respuesta y por eso nuestra música tiene un mensaje, un objetivo”, dice hoy. Y es así: tal y como ellos mismos lo explican, “Crew Peligrosos le canta a la ciudad, al amor y condena la violencia; es música con sentido social que contagia a la juventud”.
Ese ha sido desde un principio el objetivo del JKE, quien junto y PFlavor y DJ Rat Race conforman la base principal de una agrupación que, sin embargo, es mucho más que eso: gracias a la academia 4 Elementos Skuela, los tres integrantes del “Crew” se encargan de enseñar la cultura Hip Hop (el break dance, mc, dj y graffiti) a más de 400 niños. “Nosotros no le negamos a ningún muchacho la posibilidad de acercarse al conocimiento y lograr que el día de mañana sean mejores que nosotros –dicen–. Y ellos se identifican porque les mostramos otra cara, una manera diferente de hacer las cosas”.
Y así, con música, baile y grafiti, el “Crew” combate la violencia.
La mera vuelta
A finales del año pasado los “Crew”, bajo el auspicio de Redbull y Shock, emprendieron un viaje por el norte de Colombia para aprender sobre las distintas raíces culturales y sonoras de la región. La travesía –de 2.670 kilómetros– incluyó lugares como Apartadó, San Basilio de Palenque, Cartagena, Barranquilla, Taganga, el Cabo de la Vela, Punta Gallinas y Valledupar.
“Fue un viaje para salir de la burbuja y redescubrir otro tipo de dinámicas –dice el JKE–. Musicalmente salieron cosas increíbles: en San Basilio, por ejemplo, vimos jóvenes rapeando en su lengua y aprendimos a tocar la marímbola, y en la Guajira a un hombre que se ponía un alambre en la boca y hacía sonidos. ¡Increíble!”.
Experiencias que les sirven, al final, para continuar desarrollando el propósito de darles una nueva oportunidad de vida a quienes crecen en ambientes difíciles. “Desde el Crew enseñamos el perdón, a no ejercer la fuerza y cuidar los recursos –concluyen–. Y eso le ayuda a la gente a cambiar el chip”.