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¿Cómo conocer más de Colombia? Aquí te recomendamos 10 libros sobre Colombia que no debes dejar de leer para que puedas entender mucho más del país cafetero.
Muchas son las páginas que han abordado nuestro país. Ya sea de la mano de la academia, experta en comprender el pasado para brindar alternativas al presente, o de la búsqueda estética de nuestros artistas, Colombia ha sido un territorio fértil para las letras. En esta ocasión, queremos provocar a nuestros lectores con al menos diez títulos que no deben faltar en sus estanterías. Si de suscitar preguntas y elaborar un mejor futuro se trata, seguro estos títulos resultarán esclarecedores.
Aunque no pretendemos (ni podemos) abarcarlo todo, sabemos que estas obras llevarán a otras. Los buenos libros son así: sus preguntas irrumpen para que sus lectores, voraces de reflexión, arriben a otras orillas literarias.
La Vorágine es uno de esos libros que transformó el panorama literario mundial de su época. En Alemania, por ejemplo, no faltó el que quiso retratar la Selva Negra como si de nuestro Amazonas se tratase. Desde Rivera, la literatura supo que la selva y la manigua eran formas vivas, personajes más del libro de los asuntos humanos.
Aparte de su impacto internacional, fue gracias al escritor opita que muchos se enteraron cómo fue que más o menos se gestó el proceso de colonización de las selvas y los llanos del suroriente de nuestro país. Por esto y más, este libro va a la médula de lo que somos: un relato de lo que fuimos, de nuestras costumbres y transformaciones.
Pocos proyectos han sido más ambiciosos en lo que a nuestra historia narrativa nacional respecta como el de Luz Mary Giraldo. La poeta y crítica literaria ibaguereña ha tejido un mapa del devenir de nuestras letras que va más allá del mero recurso temporal, del tiempo como eje estructurante de selección. De hecho, Giraldo enuncia algunas de las preocupaciones y motivos estéticos que han impulsado la escritura del país.
En las páginas de estos tres tomos, presenciamos cómo de la tradición oral, sobre todo a partir de los mitos y leyendas de los pueblos indígenas colombianos, se fue construyendo toda una narrativa cada vez más compleja, que fue de la necesidad por la crónica y el relato costumbrista a registrar la nueva sensibilidad citadina, los entresijos de la violencia y nuestra identidad nacional. Sin desconocer registros, esta antología incluye a las voces más destacadas de la cultura letrada y popular; sin dejar de lado a aquellos que arriesgaron todo por la experimentación literaria. Sin duda, este es un imperdible, ¡búsquenlo en cuanto puedan!
Si de Colombia y el siglo XX se trata, Marco Palacios es uno de esos referentes obligados. Aunque cualquiera de sus libros es una delicia por la sencillez de su prosa y la erudición de sus postulados, tal vez sea El café en Colombia (1850-1970): una historia económica, social y política una de esas obras que ratifican la grandeza de un pensador.
En este título, el historiador se propone dar cuenta del grano más querido por el mundo entero, el café de nuestro país, y su impacto en la economía interna y mundial. Para Palacios, alrededor de los cambios en su producción, mercantilización y consumo evidenciamos las transformaciones sociales de Colombia y su apuesta por consolidarse en el panorama internacional.
Pocas personas escribieron con tanta pasión como María Mercedes Carranza. De su pluma, sin duda, brotaron algunos de los versos más sentidos de nuestra sensibilidad citadina; aparte de otros que, esperanzados, imaginaban un país mejor, comprometido con superar la adversidad. Muestra de ello es Bogotá, 1982, uno de sus poemas más hermosos: “A lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno/un verde Patinir de laguna o río/y tras los cerros puede verse el sol/La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida”…
Somos lo que Colombia, lo que sus paisajes y su risa nos ha permitido. Para Carranza, somos la soledad de calles barridas por el agua que cae de los cielos; somos un reclamo al viento y a la vida, una voz que resuena entre el crujido de las mecedoras de madera en la tertulia de domingo. Somos la superación de lo que hemos sido, un pasado que nos reclama y un presente lleno de posibilidades: somos Colombia, lo que ha sido y será.
Al igual que con Marco Palacios, García Márquez nos complica la vida —en el mejor de los sentidos, por supuesto—: ¿cuál de todos sus libros escoger en esta ocasión? ¡Difícil! Pero bueno, nos lanzamos al agua con El amor en los tiempos del cólera, la novela que retrata cómo es que los distintos sistemas de valores (si algo sabe García Márquez es retratar nuestra diferencia y diversidad) mutan con el paisaje y los cambios estructurales. Algo bellísimo de esta obra es que evidencia las transformaciones industriales que revolucionaron la forma de vida de los colombianos durante el siglo XIX.
Asistidos por Fermina Daza, el doctor Juvenal Urbino y Florentino Ariza, recorremos los referentes políticos y sociales de la sociedad colombiana de la época: Europa y París son las sedes culturales del mundo; mientras Estados Unidos se sitúa como un referente clave a la hora de hacer negocios. Del Magdalena y sus travesías por ferry saltamos al mar, al globo y el cielo. El país cambia. Nosotros cambiamos.
Todo es distinto, aunque nosotros creamos ser los mismos. ¡O que lo diga el propio García Márquez!
Empecemos con un lugar común, pero no por ello poco inteligente: sin Marta Traba, la poeta argentina enamorada de Colombia y su arte, la crítica de arte, al menos en nuestro país, no sería la misma. Traba fue una pionera en lo que a estética y valoración del arte joven y de vanguardia se refería; sin desconocer, por supuesto, la relevancia histórica del arte clásico y las escuelas europeas.
En Mirar en Bogotá, la crítica propone una serie de sus mejores textos escritos para la revista La Nueva Prensa. En el prólogo a este libro, la escritora ratifica su compromiso cuando manifiesta que “el arte es una expresión indispensable para que nuestras comunidades aclaren su verdadera identidad, sus ambiciones y su destino. [El arte] es un instrumento de conocimiento profundo de la sociedad”. Aquí, la crítica educa a sus lectores en algunas de las nuevas vanguardias; no teme tampoco a defender a ultranza algunos de los talentos jóvenes de aquella época de nuestro país (Beatriz González, Rendón, etc.) —este fue uno de sus sellos, sin duda—; menos aún, escatimará elogios en algunos de los grandes maestros de nuestra tradición artística (Wiedemann, Emma Reyes, entre otros).
El Tapón del Daríen. Diario de una travesía es uno de esos ejercicios de inmersión y trabajo de campo impresionantes: de la mano de Alfredo Molano y María Constanza Ramírez —y sin dejar de lado el trabajo fotográfico de Richard Emblin— vivimos el testimonio de una travesía de caminos sinuosos e inexistentes, aunque planificados, por los parajes del Darién por los que cruzaría la autopista Panamericana.
Inabarcable y mágica, la selva suscita todo un nuevo lenguaje, una narrativa insondable y fascinante a la vez. Más allá de este testimonio, bien vale la pena adentrarse en otros clásicos del sociólogo colombiano. ¡Que no digan que no se los sugerimos!
La figura de Virginia Gutiérrez de Pineda es trascendental para la historia de las ciencias sociales y la antropología en nuestro país. No por nada Familia y cultura en Colombia es uno de esos textos ambiciosos y de inmediata consulta para todos aquellos interesados en percibir cómo es que la cultura irrumpe en el surgimiento de una u otra constitución familiar. Pineda es pionera en desentrañar la forma en que lo simbólico, el conjunto de nuestras ideas y constructos sociales, condiciona la manera en que entendemos lazos que, con anterioridad, se tenían como meramente naturales. Y no: la familia, como toda representación humana, es también determinada por el pensamiento.
A través de un estudio que diferencia entre diversas comunidades, regiones y formas familiares de Colombia, se teje un relato a favor de las mujeres; un canto a la vida y la lucha por construir un mejor futuro para todos. Por sus aportes, la pensadora fue honrada con la inclusión de su rostro en el billete de diez mil pesos colombianos.
De forma subrepticia, ya habíamos mencionado a ese niño que un día, apadrinado por el “filósofo de Otraparte”, Fernando González, desistía de la educación tradicional para devorarse La montaña mágica de Thomas Mann. Porque no habría un William Ospina tal como lo conocemos ahora sin Zuleta, ni muchos otros pensadores que, bajo su estela, hicieron una obra valiosa, bien vale la pena visitar las reflexiones de este filósofo empírico, heredero de la filosofía de la sospecha nietzscheana y marxista; además del espíritu crítico e ilustrado de Kant.
Su afán por entender Colombia y la forma en que pensamos, lo llevó a interesarse por la educación —aunque bueno, esta preocupación estaría presente desde sus inicios, sobre todo por su vocación autodidacta— y la salida racional a los conflictos. Para Zuleta, pensar mal lleva a desear mal; y los sueños malos, como diría Montaigne, generan quimeras, engendran monstruos que luego nos cuesta eludir. A esta conclusión arriba, más que todo, en Elogio de la dificultad y otros ensayos; también en Educación y democracia, con todo y que este libro se centra más en un análisis contextual del modelo educativo colombiano.
Dice el viejo adagio que “por su gusto los conoceréis”. Pues bueno, acá concordamos. En esta biblioteca de nuestras delicias típicas colombianas nos enfrentamos a un estudio juicioso, que abarca desde la culinaria, la historiografía y la antropología de la cocina, sobre los platos que nos deleitan a diario. Más allá de esto, presenciamos cómo es que nuestro gusto ha cambiado gracias al diálogo con otras cocinas internacionales; al igual que nuestros hábitos alimenticios.
Además de ello, nos quedan múltiples recetas actuales y de antaño para hacer de nuestra cocina el lugar más acogedor de todos. No lo duden tanto, ¡son más de 19 obras de puro sabor!