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Descubre los escritores y obras que han aportado a la literatura de ciencia ficción en Colombia y que confirman que el país es un territorio vivo para la imaginación
La historia de nuestra ciencia ficción nacional es rica en temáticas y experimentos, en sueños y temas para fantasear. Como sabemos que todo relato tiene un inicio, queremos darle rienda suelta a este fragmento de nuestra literatura nacional: uno en el que, bajo el auspicio de sus precursores y especialistas, nos iniciemos en los laberintos del futuro. Por ello, queremos contarte sobre algunos escenarios futuristas de nuestra narrativa nacional; parajes imaginados a partir de la riqueza de nuestro territorio, de nuestra realidad más cercana. A la par de ello, nos gustaría mostrarte algunas iniciativas interesantes para que conozcas más sobre la ciencia ficción nacional. Sin más, dejemos que los convencionalismos vuelen lejos: ¡acá lo que hay son mundos por explorar!
Una de las primeras que imaginó cómo sería Colombia fue Soledad Acosta de Samper. La bogotana, pionera del género y abanderada de la lucha de la mujer en Colombia, inscribió su nombre en las páginas iniciales de nuestra ciencia ficción con Bogotá en el año 2000; un relato que, en la tradición del mejor Julio Verne y Mark Twain, deja que su protagonista duerma en 1905 para despertar en la Bogotá del año 2000, una ciudad inmensa, de calles y adoquines de mármol, de edificios que sobrepasan las nubes y embisten el cielo. Su llegada ocurre en una “nave alada”, una suerte de avión, que la deja en montañas andinas. Pero este es sólo el comienzo, pues Bogotá es otra: las mujeres van a la universidad y se educan en los mismos salones que los hombres; la educación pública es laica, gratuita y enfatiza en la ciencia y la filosofía, las dos llaves que abren las puertas del futuro; no existen autoridades naturales, más bien, todo es discutido para que la voluntad siga a la razón. Bogotá es otra: una metrópoli en la que las ideas fluyen, un lugar de encuentro para el diálogo y los avances tecnológicos. En últimas, una capital que abandera la igualdad de sexos y siente el impacto cultural de otras latitudes. Nada distante de lo que es hoy, ¿no?
Si hubo un escritor atrevido, de esos que no teme a desafiar las reglas rígidas de su momento, fue Fuenmayor. Por aquel entonces, el escritor y periodista no dudó en mostrar cómo era que su ciudad se veía sometida a miles de cambios y transformaciones casi a diario. Para ello, José Félix plasmó una de las novelas seminales del género: Una triste aventura de 14 sabios, novela que discurre en dos momentos. El primero, el de un grupo de intelectuales barranquilleros que discurren entre cafés y salas de redacción sobre los distintos inventos y debates científicos de su época. Barranquilla es un lugar de ciencia y progreso, una ciudad que se levanta a diario con miles de aviones y “abanicos movidos por electricidad”. El segundo momento tiene que ver con el paso del cometa Halley y su influencia en nuestro planeta. Al parecer, las dimensiones de la tierra han cambiado para siempre: todo es más grande, incluyendo los seres humanos. Aquí es donde aparecen los 14 sabios, asombrados ante el acontecimiento. Tal como recalca Aldebarán, uno de ellos: “Colegas, he aquí́ el gran fenómeno, el más grande fenómeno de todos los tiempos: en la Tierra todo se ha aumentado de improviso. ¿A qué potencia se elevan hoy las anteriores dimensiones? No puedo precisarlo. Pero nuestra evidencia científica es que los hombres alcanzan ahora una estatura ciertamente inconmensurable y muy posiblemente inmensurable”.
A su manera, cada uno de estos tres libros imagina miles de preguntas por el sentido de la vida y nuestro presente a partir de burócratas, escritores-maestros y personajes grises, corroídos por la rutina y sus avatares. En Iménez, el futuro discurre entre una ciudad-cúpula y sus márgenes —“Ciudad Andina” es su nombre— muy similar a Bogotá. El protagonista de esta historia, Iménez, vive en Chicó Oriental, un barrio fuera de los límites de la cúpula y sus residentes; personajes sitiados por un ambiente distópico y sus escasas alternativas. Distinto es el caso de La Oquedad de los Brocca, la novela de José Antonio Covo, que arranca en una oficina cualquiera y termina en el descubrimiento de una secta de personas-clones. ¡Brutal! Andrés Escovar es el escritor de Aniquila las estrellas por mí, una obra experimental que no teme proponer viajes estelares y saltar a registros narrativos cercanos a la prosa jurídica para dar cuenta del límite de lo humano, de sus esperanzas y miedos profundos. Sobre todo en el caso de la historia del maestro, vemos una travesía que surca Bogotá, el Salto del Tequendama y varios destinos más. Un viaje extraño, repleto de ironía y prosa irredenta. O, si no, que lo digan las estrellas que queman los campos de lechuga; o ese oso en patines que algún día caerá en las montañas de los Andes.
Luis Carlos Barragán fue finalista del premio Rómulo Gallegos, uno de los más prestigiosos galardones de la narrativa hispanoamericana (en el pasado este fue concedido a Fernando Vallejo por El desbarrancadero), con su novela Vagabunda Bogotá, un viaje surrealista-espacial al interior de nuestra experiencia contemporánea y la búsqueda de sentido. Aquí, asistimos a la búsqueda del amor como sentido de la vida en un mundo interconectado por satélites y otros planetas; una experiencia intimista en la que el protagonista y su consciencia no temen a saltar a cualquier otro cuerpo, a encapricharse con una licuadora que habla o creer en un punkero que vuela por los aires y los bares del centro de Bogotá. En este mundo, el olvido se ha tornado enfermedad social: en la capital nadie recuerda, los barrios y casas se diluyen. Si no hay recuerdos, no hay pivote ni sujeto: se está ligado a la mera experiencia inmediata, al deseo lanzado a la nada. Más allá de esta novela, Barragán ha cosechado una carrera impresionante: en el rubro ya es un nombre de inmediata consulta, sobre todo tras consolidarse como uno de los referentes claves de Minotauro, una de las editoriales hispanoamericanas especializadas en este tipo de literatura.
René Rebetez tejió una narrativa llamada a nunca perecer. De él sabemos mucho y poco, como suele ser el caso de los genios: portento del género en Latinoamérica luego de trabajar de la mano de Alejandro Jodorowsky en la revista Crononautas, la ya mítica publicación que sembró miles de lectores y futuros escritores; el oriundo de Subachoque imaginó nuevos mundos en los que la tecnología dialoga directamente con nuestra tradición indígena, el chamanismo, el budismo y la tradición católica. Para el padre del sci-fi nacional no hay lugar a dudas: nuestro pasado colombiano, rico en misticismo y sabiduría ancestral, convive en tensión junto a la tradición occidental más reciente, ávida de ciencia y cercana al fenómeno capitalista. De este sincretismo surge una narrativa impresionante, que no teme al humor ni a la crítica mordaz, que desconfía de los sueños fáciles de su época y concibe que la ciencia ficción latinoamericana debe ir más allá de los tropos y motivos habituales.
Si les quedó sonando todo esto, bien vale la pena echarle un ojo a algunas iniciativas como Cienciaficcionarios, grupo de discusión especializado en estos temas; Estereoscopio, un canal de YouTube de lujo sobre esta narrativa; Ficciorama, el fanzine que mejor indaga en los embates del presente; y Milinviernos, blog coeditado por Luis Cermeño y Andrés Escovar que vincula lo mejor de este género junto a otras propuestas latinoamericanas. Además, vale la pena revisar el trabajo de Albio Martínez Simanca, uno de los más juiciosos divulgadores de nuestro sci-fi nacional. Sabemos que nos quedamos cortos, pero no pasa nada: ya tendremos tiempo para hablar un poco más a fondo del tema. ¡Lo que hay son universos por descubrir!