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Una idea, que para muchos se asemejaba a una mera ilusión, se convirtió en una realidad que marcó la historia de su creador, la de su familia y sus amigos, la de su región y la de todo el pueblo colombiano
Cuando Julián, en el año 2009, pensó en materializar su sueño de convertirse en empresario, no se alcanzó a imaginar el éxito que tendría su producto en Colombia y en el mundo entero.
Julián Oquendo es un empresario de 34 años, oriundo de la ciudad de Medellín. Es un colombiano, cuya historia reafirma el talante y la entrega que caracterizan al pueblo antioqueño. Es un embajador de Colombia.
A la edad de 8 años, Julián vivió un trágico acontecimiento, la muerte de su padre. Su madre asumió la dirección de la empresa familiar y, a los tres años del fatídico suceso, se fueron a la quiebra. Ella decidió emplearse y, ante la difícil situación – recuerda –, les dijo, a él y a sus tres hermanos: "Me esforzaré por darles estudio, pero de ahí en adelante ustedes verán…”.
La adversidad, aunque viene acompañada de malas experiencias, tiene una maravillosa cualidad: “Son situaciones que te fortalecen y te forman como persona”. Aprendió que hay batallas que debemos librar, y que la disciplina, en estos casos, es gratificante. Uno de sus sueños era ser futbolista. Jugaba fútbol y complementaba sus esfuerzos deportivos ejerciendo como representante de grado, del concejo estudiantil o de las fiestas que organizó en el colegio y la universidad.
Las divisiones inferiores del Deportivo Independiente Medellín lo incorporaron en sus filas, algo que, de nuevo, marcó su vida y su forma de enfrentarla. Aprendió mucho de las historias de vida de sus compañeros, de los cuales, argumenta, muchos no tenían nada que comer y veían en el fútbol una única esperanza. Aprendió de disciplina, respeto y humildad. Se ganó el apoyo de sus compañeros. Lamentablemente, se lesionó y se retiró.
Alternó el sueño de ser futbolista con su amor por los negocios. Siempre tuvo presente la oportunidad de convertirse en un gran empresario, recuerda. Cuando estaba en el colegio, en noveno, para el año 1998, montó un negocio de venta de naranjas junto a un amigo. Las naranjas provenían de un cultivo en la finca familiar de su compañero y llegaron a vender una tonelada semanal a domicilio. Por cuestiones de forma, el negocio no progresó.
Después de dos fuertes lecciones de humildad, sacrificio y disciplina – la muerte de su padre y su trayectoria deportiva –, terminó con éxito sus estudios en Administración de Empresas. Empezó a gestar varias iniciativas empresariales, de las cuales muchas fueron un fracaso. Se fue a quiebra en contadas ocasiones.
Un día Julián recibió una llamada de Maximiliano Zorrilla, un amigo suyo radicado en Estados Unidos. “Necesito una empresa de inversión en Colombia”, le dijo. Evidentemente Julián se puso a la tarea de ayudarlo. Pero ambos iban tras un mismo objetivo: iniciar un negocio propio. Ese mismo objetivo se materializó cuando juntos iniciaron un negocio que parecía rentable.
‘Maxi’ había vivido en Nueva York y conocía un té llamado Arizona. Incitó a Julián a solicitar (comprar) el permiso de distribución de la marca en Colombia, el cual les fue concedido luego del proceso y los trámites correspondientes. Cuando llegaron a Medellín, luego del viaje de negocios, Julián le dijo: “Oíste, no tiene sentido ponernos nosotros a crearle marca a ellos, sabiendo que nosotros mismos podemos crear algo bien bacano”.
Fue entonces, en abril de 2009, el punto cero de Té Hatsu – literalmente el principio (Hatsu significa ‘el principio de algo’ en japonés). Decidieron que el producto sería un té, pero, contrario a lo que se pensaba, la marca iba a ser colombiana. Una marca nacional que compitiera con productos locales e internacionales. Un producto con identidad propia, ni siquiera parecido al té embotellado tradicional de durazno o de limón.
La idea era descabellada. “Yo llegaba a la casa y me encontraba a mi mamá llorando y me decía ‘Julián vos en qué te vas a meter por Dios’”, dice. Pero se hizo la inversión y la primera semana vendieron doce cajas del producto. Le apostaron a una idea diferente en sabores, presentación y mensaje. Un producto universal que hoy compite en cualquier mercado. La respuesta fue positiva. Tal es el caso que se vieron en la obligación de crear una planta de embotellamiento, pues, a los meses de haber iniciado, el proveedor no daba abasto.
En 2010, Julián junto a Alejandro Pardo, socio co-fundador de HATSU, dan inicio a las operaciones comerciales de la compañía a través de una producción tercerizada, una distribución y comercialización directa de los dos primeros dos sabores, té negro y limonada y té verde con miel.
Hoy Hatsu es un producto posicionado, que en nada se parece a las propuestas de té comúnmente encontradas en el mercado. Sabores exóticos, un diseño encantador pensado en la gente y una marca colombiana, respaldan esta propuesta antioqueña que está conquistando el mundo y el corazón de todos los colombianos.
El éxito radica en que hay un colombiano detrás, una historia maravillosa plasmada en un producto. Té Hatsu es fruto del esfuerzo de un hombre que descubrió en Colombia mejores oportunidades que en otro país. Gente cálida, que trabaja con pasión y que encuentra en su cultura razones y recursos de sobra para sacar adelante cualquier proyecto.
Julián es un hombre alegre, disciplinado, humilde y descomplicado. Es vegano, no come gluten, es familiar, entrena cross fit y no volvió a tocar un balón. Medita y dedica mucho tiempo a los ejercicios de respiración. “Si uno deja de comer se muere más o menos en treinta días, pero si deja de respirar se muere en 5 minutos”, afirma.
Hallar valor en su historia, en sus vivencias, le permitió crear una marca que hoy registra ventas por miles de millones de pesos al año. Hatsu ya es reconocido en Colombia y en el mundo. En 2014 hicieron su primera exportación con destino a Chile, Australia y Bolivia. Actualmente exportan a 9 países.
Lo que está pasando con Hatsu es un mensaje claro de que es posible soñar, crear y exportar nuevos productos de marca colombiana. “Aquí tenemos todo para sacarla del estadio, pero a veces no nos la creemos. Y cuando uno no cree en las cosas, pues sencillamente no las hace. Debemos soñar sin miedo. Colombia es un país lleno de oportunidades, lleno de personas especiales, con todo el potencial del mundo. Yo creo firmemente en Colombia”, concluye.
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