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Así se vive el Carnaval de Barranquilla.
El vuelo de Bogotá a Barranquilla fue tranquilo. El Aeropuerto Ernesto Cortissoz, ubicado en el Municipio de Soledad, a poco menos de 20 minutos del centro de Barranquilla, me recibe con ambiente de carnaval. La música de tambores y flautas de millo, suena mientras a través de los pasillos los pasajeros nos adentramos en un mundo de colores y gente disfrazada que le da la bienvenida a los miles de visitantes que por estos días se apropian de “Curramba la bella", como es apodada esta capital del Caribe.
Solo basta con salir a las calles para sentir el frenesí que vivirá esta ciudad. Con una temperatura de más de 30 grados comienzo a sentirme barranquillero, un sentimiento que se podría resumir en “libertad”, una libertad que autoriza la reina, máxima autoridad de las festividades y quien con dinamismo, alegría y folclor dio la orden de bailar, gozar y disfrutar durante cuatro días de jolgorio.
A medida que avanzamos nuestro recorrido me quedo asombrado de cómo las casas, buses y calles están adornadas con cada uno de los personajes que forjan esta fiesta. La ciudad está disfrazada de Marimonda y Monocuco y yo me preparo para vivir esta noche de cumbia.
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La noche
La música de Joe Arroyo, héroe musical del Caribe colombiano, retumba cuando ya casi son las seis de la mañana. Las brisas han hecho efecto en las gargantas de los asistentes a uno de los bares carnavaleros que por estos días, y solo por estos días, abre sus puertas en la colorida Barranquilla.
Como quien no quiere la cosa, el dueño va recogiendo sillas antes que lo agarre el sol. Así tendrá la oportunidad, si sale bien su cálculo, de dormir algunas cinco horas, antes que miles de personas atraviesen la Calle 52 con destino a la Vía 40 a gozarse la Batalla de Flores.
A lo lejos se oyen aún gritos de júbilo y las flautas de millo mezcladas con tambor todavía se sienten en las entrañas de una ciudad que aceptó el regocijo de una fiesta que por más banal que sea, es una inyección de adrenalina pura.
Los últimos clientes “perniciosos”, como los barranquilleros catalogan a todo aquel que recibe el amanecer con un trago en la mano, entre tanto baile y maicena ya no se reconocen. Sus cuerpos atiborrados de cansancio se van, seguramente a continuar la rumba en sus casas o posiblemente a recargar energía para estos cuatro días que apenas comienzan.
La música se detiene. El sol sale…
Cuando son cerca de las doce del medio día y después de una noche de baile y desorden, la ciudad está prendida otra vez. Pa’l bailador, bar itinerante del carnaval está abierto y lleno de monocucos, negras puloys, marimondas y un sinfín de disfraces hechos con pedazos de tela que se unen al compás de la imaginación del ser Caribe.
Comienzan a bajar miles de almas embrujadas por el néctar de la pasión que sienten por la música y fieles a las ordenes de la soberana de turno enloquecen de júbilo dirigiéndose al evento que abre el gran Carnaval de Barranquilla, un recorrido organizado por primera vez en 1903 por el general Heriberto Arturo Vengoechea para celebrar el fin de la Guerra de los Mil Días.
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La fiesta
Hay emociones por doquier y no me quiero perder ninguna, tomo mi mochila con una botella de agua y me adentro en la experiencia de cumplir lo que dice el lema “Quien lo vive es quien lo goza”.
Comienza el desfile oficial, pero mientras tanto se realizan carnavales alternos, como el de la 44: una fiesta de todos, un carnaval más pequeño que atraviesa la Cra. 44 de esta ciudad que refleja la alegría desde los más pequeños hasta ancianos que hacen parte de comparsas coloridas y festivas.
Las “cumbiambas”, comparsas que hacen de la cumbia una inspiración de danzas y folclor, expresan con un grito del alma, “Guepaje” las emociones de mujeres que con una vela en una mano y la otra en su falda, bailan con hombres que con su “sombrero vueltiao” -originario de esta región del país- muestran respeto y admiración frente a las damas.
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La despedida
Desde temprano el llanto se hace presente. Hay mujeres vestidas de negro gritando “Ay Joselito” y que dicen haber perdido a su esposo, que no aparece desde el sábado. Las autoridades carnavaleras han declarado la muerte de quien podría ser el esposo de cualquier mujer en Barranquilla.
“Joselito Carnaval ha muerto” afirman quienes tristemente ven la terminación de la fiesta más importante del Caribe y de Colombia, declarada Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Este último día de carnaval trae consigo la representación teatral por todas las calles de la muerte de este personaje, símbolo de la alegría, el festín, el jolgorio y el desorden de esta celebración del Dios Momo y quien luego de cuatro días muere con el carnaval.
Con el entierro de Joselito, la ciudad busca volver a la normalidad. Miles de personas abandonan Barranquilla y vuelven a sus sitios de origen, mientras que los carnavaleros comienzan de inmediato a pensar en el próximo año, porque organizar la fiesta más importante del país requiere un trabajo de 365 días resaltando la importancia de ostentar el título de Patrimonio de la Humanidad.
Yo regreso a Bogotá pensando en el próximo carnaval. Llego con una maleta más pesada. No solo llena de disfraces, máscaras y todo tipo de recuerdos, sino con una carga cultural que me hace sentir orgulloso de mostrar el Carnaval de Barranquilla, el Carnaval de Colombia. El carnaval de todos.