Año Viejo
De entrada, fabricar un “Año Viejo” parte de una pregunta: ¿qué queremos representar? En algunos lugares de Colombia es común ver algunas figuras representativas de nuestro folclor o de nuestra cultura. En otras ocasiones, el muñeco semeja un anciano cuyas emociones oscilan entre la alegría—propia de las vibras de carnaval, de los afectos desmesurados e irreales— y la tristeza o la amargura extremas.
Esto se debe a qué es aquello que deseamos “purgar”. Ya sea que queramos terminar con las tristezas y malas energías del año que está por terminar, o tal vez llamar los mejores augurios para el año entrante, el muñeco y su mensaje encierra esta dualidad. Él es parte de la fiesta, propio de la tradición del carnaval. Sus gestos y rasgos son equívocos, como equívocas son las necesidades y augurios humanos. Esperamos lo mejor, nos reímos de la tristeza y lloramos de alegría. El muñeco muestra estas ambivalencias de forma festiva.
Por regla general, la figura del muñeco se realiza con bultos rellenos de aserrín o trapos viejos que luego son recubiertos o “vestidos” con prendas desgastadas. Su rostro suele ser una máscara o, en algunos casos, un dibujo histriónico, repleto de energía y ambivalencia expresiva. Suele estar sentado y no le falta un “aviso” o mensaje escrito sobre una cartulina o cartón que descansa sobre sus piernas. Esto, además del “bando” o “testamento” que se recita previo a su quema, rememora en tono cómico e irónico aquello que desea “dejarse atrás” y las esperanzas para el año que viene. Desde el “señor Burns” hasta algún Targaryen han sido representados. ¡Porque acá en Colombia todos están invitados a la fiesta de fin de año!