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Un día fue Jacqueline Nova, la artífice de paraísos artificiales: esos refugios sonoros en los que lo eléctrico y lo […]
Un día fue Jacqueline Nova, la artífice de paraísos artificiales: esos refugios sonoros en los que lo eléctrico y lo acústico dialogan en una conversación infinita. Afín a las máquinas y sus posibilidades melódicas, la colombiana no dudó en que el futuro de la música estaba tras su modulación y su digitalización. Por esto y mucho más, queremos honrar la memoria y obra de una de las creadoras del sonido del futuro. Esa que, al margen de la corriente dominante de su época, revolucionó la forma como comprendemos la música y sus instrumentos compositivos.
Amplifiquen los sentidos, cuadren los bajos y los medios. Suspendan el juicio: la aguja ya roza la superficie del vinilo.
Shhh/trum/…/ Transiciones (1964-1965)
Nova arribó a todo esto demasiado pronto, como suele ser el caso de los espíritus sensibles. ¿Quién diría que esa niña, nacida en Gante, Bélgica, un 1 de enero de 1935, lo cambiaría todo? De padre bumangués y madre belga, la crianza de Nova sería en Colombia, su país. Tras sólo un par de meses en tierra europea, la familia se instalaría en la Ciudad Bonita, lugar donde Nova descubriría el amor por el piano y la música acompañada de la pintora Beatriz González, estudiante no tan aventajada del instrumento.
Pronto, las clases de piano particulares dejarían de ser un reto. Para 1958, Bogotá era el destino; la Nacional y su conservatorio, las tierras prometidas. Una joven Jacqueline se inscribiría en el Conservatorio Nacional de la Universidad Nacional para aprender de la mano del maestro Fabio González Zuleta. La idea era la de ser una de las concertistas más duras en cuanto al piano se refería; pero sus intereses la llevaron hacia otra parte: al territorio de la experimentación electroacústica.
Dos años antes de graduarse del conservatorio como la primera compositora de Colombia, Nova se posicionaba en el circuito musical internacional tras ganar el Premio obra para orquesta de cámara en el III Festival de Música de Caracas. Con los años, los premios y reconocimientos serían pan de cada día; sobre todo tras su estancia en el instituto Torcuato di Tella, en Argentina. Su obra, enigmática y revolucionaria aún hoy, se expone por todo el planeta.
Shhh/trum/…/Oposición-fusión (1968)
En su momento de irrupción, la obra de Nova supuso una búsqueda incansable por eso que descansa más allá de la complacencia, de la rutina tras un mundo ordinario. El sonido, en este caso, operaba como un cazador solitario; como ese testigo que va tras la novedad, tras el frenesí y el movimiento propio de esta época.
Iniciaban los 60, década de una industrialización interesante para nuestro país. A diario, observábamos cómo era que las calles se transformaban, que la realidad dejaba de sernos predecible para volverse nuevamente sorpresiva, nueva. Estábamos ante el siglo de las ciudades, de las máquinas y sus rugidos, de los estrépitos eléctricos y las frecuencias desinhibidas. Vivíamos a un ritmo desconocido. Aún hoy, somos espectadores de lujo de la velocidad de un mundo que no descansa, que a diario nos convoca.
Nova cazaba esta nueva sensibilidad; en efecto, trataba de ir a la estela de ese nuevo mundo que a diario experimentábamos, pero que no terminábamos de entender. La música era un escenario para la búsqueda de sentido, y su digitalización no era más que una “necesidad histórica”, tal como dijo en El mundo maravilloso de las máquinas, uno de sus más lúcidos artículos de divulgación.
Se trataba de no huirle al presente, de “no temerle”; más bien, de sujetarlo y dejar que hablase… que el sonido irrumpiese. Para Nova, “absolutamente todos los seres humanos hoy están usando una x máquina […]. Pero no quieren observarla, o sienten pavor al detenerse ante una… ¿Por qué? ¿Por qué, pregunto ahora, al compositor de hoy, estando rodeado por máquinas, se le mira curiosamente cuando se dispone a trabajar con un objeto sonoro o un generador de alta frecuencia?”. No había de otra: si la existencia cada vez se ceñía más a la vivencia digital, ¿por qué huirle? No tenía caso.
Era tiempo de remar contracorriente. Si la música tradicional, sobre todo la de cámara, aún no se sentía cómoda ante la presencia de moduladores, amplificadores, osciladores y demás artilugios para la transformación del sonido, era por pereza y temor: miedo al presente, a sus posibilidades inexploradas, a su cadencia frenética, al innecesario abismo entre el disfrute letrado y el popular. Más allá de eso, tras esta propuesta yacía una preocupación que escarbaba en lo más profundo del pensamiento del siglo XX: ¿qué hacer luego de lo ocurrido?
¿Hacia dónde ir? ¿A qué creencias habríamos de aferrarnos? Frescos: acá les explicamos de qué van estas preguntas.
Shhh/trum/…/ Herbert Eimert, Epitaph für Aikichi Kuboyama
Para comprender la apuesta revolucionaria de Nova, vale la pena ir un poco más atrás; en especial, a Europa de finales del siglo XIX y mediados del XX. Esta historia inicia acá: en la bisagra de ambas épocas. Eran los días de la esperanza, de las transformaciones y la rapidez. Para muchos, Europa parecía cumplir la promesa trazada tiempo atrás por Immanuel Kant y demás abanderados de la Ilustración: estábamos cada vez más cerca del “triunfo de la razón”.
¿De qué se trataba de esto? De educar a la humanidad para que aprendiera a pensar por sí misma —Sapere Aude!, sería la consigna—, para que fuese responsable de sus acciones y solidaria con los menos favorecidos de todo el planeta. En últimas, se creía que la razón humana y su desarrollo, a través de la ciencia y de la filosofía y otros saberes humanistas, garantizaba cada día más el cumplimiento de esta meta.
Gracias en buena medida al desarrollo de la técnica —de la capacidad para transformar la naturaleza—, el ánimo estaba por las nubes: descubrimientos médicos salvaban miles de nuevas vidas; máquinas construían lo que antaño era un sueño distante en tiempo récord; nuevas disciplinas se abrían paso bajo la promesa de mejorarlo todo. Se creía que todo iba a mejor. Que nuestros problemas serían rápidamente solucionados.
Si la moneda del destino humano rozaba el cielo y parecía que caía a nuestro favor durante el siglo XIX, pronto el siglo siguiente nos contaría lo contrario. Las cosas eran mucho más complejas de lo que creímos. No bastaba con cultivar la “razón”, en abstracto, pues todo ejercicio humano debería partir de una reflexión profunda sobre los motivos y causas que rigen nuestro actuar. Sin brújula clara, el resultado de nuestro actuar podría ser cualquiera; incluso, uno en contravía de nuestros intereses y dignidad.
Antes de que todos los grandes conflictos estallasen, el no tener un “rumbo fijo” sirvió para que la curiosidad y la creatividad se desbordasen. En el caso de las artes, fue el momento de la experimentación: el siglo amaneció con el Impresionismo, que soñó con retratar la luz y la percepción natural mientras se alejaba de la perspectiva del Renacimiento; luego, vinieron otras propuestas que buscaban ir más allá de lo conseguido en el pasado, como el expresionismo —movimiento que promovió el despliegue del color como forma de develar los afectos y emociones más hondas del ser humano—, el cubismo, el fovismo y varias más.
Este fue el momento de las vanguardias; del atrevimiento y las apuestas estéticas. A pesar de las diferencias, cada uno buscó bajo todos los medios representar o dar cuenta de la nueva sensibilidad tras el desarrollo industrial. En medio de esta búsqueda, tal vez fueron el futurismo italiano y el constructivismo ruso aquellos que más se interesaron en el rol de las máquinas y su impacto en la vida cotidiana de las personas. Desde antípodas políticas, tanto rusos como italianos vieron en el desarrollo fabril y sus artefactos una posibilidad para la redención.
Tras el furor de comienzos de siglo, acontecimientos como las dos guerras mundiales y la Guerra Fría cuestionarían este optimismo inicial. ¿Acaso no había sido el mismo ser humano el que se había puesto a sí mismo en riesgo con la tecnología desarrollada (piensen en las bombas atómicas y nucleares, además del resto de armamento)?
Jacqueline Nova no fue ajena a toda esta discusión; por el contrario, tomó parte activa en ella. Su música plantea preguntas y genera nuevos ambientes sonoros; al tiempo que nos recuerda que el sonido, como expresión humana, se origina de miles de maneras y por diversos instrumentos que podemos manipular. No se trataba de agradar, sin más, al oído conformista; más bien, se buscaba indagar en nuevos territorios, en surcar la frontera de lo que había sido hasta el momento la música para, de nuevo, volver a las inquietudes fundamentales de su época.
En obras como la de Herbert Eimert, Epitaph für Aikichi Kuroyama, al igual que en el serialismo, el atonalismo y los experimentos electroacústicos, encontraría la inspiración necesaria para su propuesta artística.
Shhh/trum/…/Culminación de la tierra (1972)
“El arte musical buscó y obtuvo en primer lugar la pureza y dulzura del sonido […]. Hoy, complicándose paulatinamente, persigue amalgamar los sonidos más disonantes, más extraños y ásperos para el oído. Nos acercamos así cada vez más al sonido-ruido. Esta evolución musical es paralela al multiplicarse de las máquinas, que colaboran en todas partes con el hombre” Luigi Russolo, “El arte de los ruidos”, manifiesto futurista.
Aunque en su momento la artista se sentía más tranquila bajo el rótulo de compositora —era lo que rezaba su cartón universitario—, su influencia fue mucho más allá de esto. De cierto modo, la artista se comprometió con comprender mejor la injerencia de la tecnología en nuestra vida cotidiana, mientras iba más allá del límite de nuestras experiencias sensoriales habituales. Nova no temió a hacer de la música una vivencia que trascendiera lo auditivo. Se trataba de crear frecuencias corpóreas, que inundasen el espacio y lo reconfigurasen. Sin temor a involucrarse en el teatro, la literatura y el cine, de la mano de expertos como Francisco Norden o Jorge Alí Triana, su obra trascendió el panorama artístico.
En una de sus primeras presentaciones por 1970, según recuerda Mario Gómez-Vignes, una voz en off femenina cuestionaba al auditorio: “was ist elektronische musik?” (“¿qué es la música electrónica?”, en español). El gesto resulta ahora esclarecedor: ¿cuál sería el lenguaje del futuro? ¿Cómo comunicaríamos la experiencia y sensibilidad contemporáneas; al tiempo que sus interrogantes? Años después, Nova daría una respuesta: volvamos a la tierra, escuchemos desde nuestro presente las enseñanzas del pasado.
En su obra Culminación de la tierra, recoge la voz de un indígena tunebo —pueblo originario de la región de Boyacá— que narra un mito de su comunidad sobre los orígenes de este mundo. Su voz, tal como la recoge la artista, es modulada y sometida a diversas oscilaciones; como si de un canto proveniente de las entrañas de la tierra misma se tratase. Rugidos y estertores distorsionados se confunden con fragmentos más cercanos al registro acústico, a la voz como tal que, cada tanto, se alza para hablarnos; así no logremos entenderla del todo.
La obra, audaz como pocas, lograría su cometido: hacer que nuestro pasado originario, indígena, entrase en diálogo con nuestra forma de vida actual, ligada a lo digital y los acontecimientos del XX. Tras este suceso, su legado se expandiría por todo el mundo. ¡en Colombia se había hecho música de vanguardia para el mundo entero!