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Colombiano que se respete sabe que, cuando viaja, toca llevar provisiones. Como nuestro “mecato” no hay otro, y aunque sea rico probar nuevas cosas, nada como lo nuestro. Entre la ropa, el desodorante y el cepillo de dientes, siempre hay una “tulita” con
Porque nuestro cuerpo los pide y los que nos reciben en el extranjero los imploran, no hay forma de dejarlos en casa. Estos productos nos acompañan donde quiera que vayamos. Nos recuerdan lo que somos y, entre mordiscos, nos devuelven a casa.
Por eso, para que prepares bien la maleta de viaje, te traemos diez productos que no pueden faltar en ella cada vez que abandonas tu tierra. Son esos dulces, bebidas y galguerías que no puedes dejar atrás; esos que te recuerdan lo chimba que es ser colombiano y lo sabroso que se vive en el país más acogedor del mundo. Deja campo para lo que viene. Fijo hace falta espacio en el morral (o en el estómago). Prepárate para lo que sigue, pues, entre bocados, una sonrisa se dibujará a medida que degustas cada párrafo.
Sabemos que más de uno quisiera llevar a Colombia entera en una maleta aparte de la de ropa, que no falta el que intentó llevar un plato de lechona o un tamal encubierto en el avión y fracasó en el intento. Pero frescos, que acá brindamos soluciones y no nos burlamos de los problemas. Si no es fácil llevar un platico de lechona, hay alternativas. Deliciosas alternativas, por cierto. Sin más preámbulos, y porque sabemos que llevas a Colombia en el corazón, aquí te traemos una lista de 10 productos “ganadores” cada vez que salimos del país.
La bebida más acogedora es la excusa para hacer las pausas de tu día. Siempre y cuando sea con el mejor grano suave del mundo, el nuestro, el día resulta perfecto. Porque detrás de cada sorbo de alegría hay mil recuerdos: la taza justo antes de entrar al parcial, entre los nervios y las risas con los amigos; las salidas a “tintear” en las tardes de frío con la familia; el “cafesito” para “adelantar cuaderno” con los parceros; el “break” de la oficina como excusa para las risas con los compañeros; el “celestino” perfecto para conocer a alguien que te interesa, etc. Un larguísimo etcétera. La bebida más acogedora ha estado presente en cada momento feliz de tu vida y, no más por eso, no deberías olvidar empacarla.
El ingrediente que nos endulza el corazón cuando recordamos el sabor de las obleas, típicas de cada esquina de las plazas de nuestro país. El compañero de los mejores “mojicones” o “roscones”, el postre ideal para desconectarse del trabajo y volver renovado a terminarlo. ¿O no sería mejor un antojo de quesito y arequipe? Difícil. Y es que nada sabe igual sin él en la cocina de nuestras abuelas. Por eso es que es el dulce que da vida a cualquier postre y lo queremos tanto.
Un dulce que desde niños fue parte de las loncheras y recreos. La galguería que nos desafiaba de niños: ¿acaso no sentías la tentación de morderlo antes de que la cubierta sólida se desvaneciera en tu boca? Hubo hasta “inter-cursos” para ver quién podía comerlo más rápido en los colegios. Seguro más de uno visitó al odontólogo después de ganar el trofeo, pero qué importa. Valió la pena. Ahora, la pregunta del millón: ¿eras de los que preferían morderlo para disfrutar del chicle o esperabas hasta el último momento? Más de uno ve en esta inocente pregunta una respuesta a las preguntas existenciales más profundas.
La bebida de los descansos del colegio y los “picados” de micro, el premio al cansancio luego de trotar las mil y una vueltas que el profesor de educación física ordenó sentado bajo el árbol de mango sin sudar. Ahora, ya de adulto, “energizas” las tardes con ella. Es la aliada perfecta para alternar con el café. Si tienes hijos, sabes que más de una vez le has robado una de sus onces. No eres el único, fresco. Más allá de eso, a ella le debemos el torneo que sirve de cantera a los mejores cracks de la pelota: el “Pony Fútbol”. Casi nada.
¿Quién diría que del sagú, esa palmerita simpática de los patios de las fincas opitas, saldría esta delicia? Peor aún, ¿quién le apostaría a secar sus raíces para hacer con ellas un bizcocho? No lo sabemos con certeza, pero el que lo hizo merece todo nuestro respeto y veneración por los siglos de los siglos. La achira es a día de hoy una de nuestras preparaciones típicas más queridas, perfecta para acompañar el café de la tarde en la oficina o para mecatear mientras vemos televisión.
Amor: eso es lo que sentimos por el ponqué cubierto de chocolate más querido por todos. Porque sin importar la hora o el lugar, siempre es una buena opción: sea al desayuno, al receso, al almuerzo o a la cena, lo tenemos en cuenta cada vez que tenemos afán. Con todo, preferimos comerlo despacio: ¡es que es taaan rico! Ni McDonalds supo resistírsele. Luego, ¿no vieron las filas inmensas para probar el Mcflurry más apetecido por los colombianos? Lo que empezó como unas onces para el descanso laboral de don Rafaél Ramo, hace ya más de 72 años, hoy hace parte del menú diario de millones de colombianos. Los hay en todos los tamaños y versiones, para todos los gustos y oportunidades. Se le ve en las calles, en cada una de las esquinas, y en las tiendas no falta el que ya no lo pregunta; sino que sólo sonríe al tendero. Ya todos sabemos qué quiere, porque es lo mismo que todos añoramos: “un chocoramo, veci, hágame el favor”.
¿A cuántos nos encargaron un frasquito para un postre? Era el manjar de los días felices, de la cocina en familia y las fechas especiales. Luego, tras vertirlo casi todo, nos concedían la alegría de raspar el frasco: ahí, entre cucharitas pequeñas y dedos inquietos, más de uno salió cortado. Pero no importaba: una curita bastaba. Ni el regaño, ni el dolor, nos alejaron de ella. Antes, con más razón la queríamos.
El dulce de los abuelos, una tradición de más de 200 años. Mil historias para recordar. ¿O acaso ahora no sueñas con uno y queso para la tarde? ¿O tal vez uno con queso para la “rodada” en “bici”? Este dulce lo llevamos en la médula. O que lo digan Nairo o Rigo, que no se detienen nunca mientras lo comen entre pedaleos en cualquier válida del mundo. Es el energizante de nuestra tierra y, por eso mismo, no dejamos de consumirlo en cualquier momento. Lo acompañamos con quesillo, galletas o un vasito de leche. Es el compañero perfecto para la almojábana y el pan. Un día, don Hernán Poveda junto dos galletas tipo waffer e introdujo una lámina de veleño en el medio: nació el “Herpo”, y nada fue igual. En los asados, es el invitado especial para cortar con el sabor fuerte de la carne: lo introducimos en el plátano maduro con quesito…y el resto ya lo sabemos.
La sensación de morder una Jet recuerda nuestros primeros días en el colegio: era el regalo de nuestras madres para que, en ese nuevo mundo que era la primaria, no nos olvidásemos de ellas. Un dulce modesto y afable, un chocolate noble que prometía acercarnos a lo mejor de nuestra biodiversidad. Sus láminas nos volvían locos, y más de uno hizo lo que pudo por llenar los álbumes. Ya de adultos, nos comemos una en compañía del café de la tarde.
Uno de los esparcibles favoritos que anhelábamos de niños y nos permitimos de adultos comer como un antojo. Esta combinación de chocolate y leche es capaz de endulzar cualquier momento del día. Estos son algunos de los productos que de una u otra manera cuentan nuestra historia. Esos que no dejamos por fuera cada vez que nos vamos de casa. Son parte de nosotros, de Colombia. Por ello nos los piden tanto: los quiere el amigo europeo que vino acá hace tiempo; los desea el pana que añora su tierra; los extrañamos nosotros no más despega el avión o el bus en el que vamos. Son productos que saben a casa, que a donde quiera que vayamos sabemos que nos harán falta.
Ven y conoce el catálogo de productos de origen colombiano que se encuentran en Estados Unidos