Cuenta la leyenda que un día Luis Buñuel y Álvaro Mutis se encontraron. Buñuel ya había trabajado con el pintor Salvador Dalí en El perro andaluz; Mutis, por su parte, llegaba al país de “La Catrina” consagrado como uno de los grandes poetas de nuestro país. Eran los días del gran cine mexicano, de los relatos de Rulfo y la consagración de Octavio Paz como el gran escritor nacional. Buñuel y Mutis, además de buenos amigos, eran dos férreos admiradores de la literatura gótica europea. Debatían constantemente sobre ella, sobre su posibilidad cinematográfica y sus autores favoritos. Fue en una de estas charlas que Buñuel, de pasada, mencionó que el gótico era un género europeo: que no había forma de crear un relato gótico en Latinoamérica. Por un lado, era imposible encontrar castillos o construcciones similares a los europeos en nuestro territorio. Si de lo que se trataba era de construir una historia en la que la casa, el castillo u monasterio fuese protagonista, ¿cómo hacerlo aquí? Carecemos de un pasado gótico o romántico dentro de nuestras tradiciones y arquitectura; o al menos eso creía Buñuel. Por el otro, nuestra fauna y biodiversidad son un derroche de vida. El paisaje no ayudaba a teñir las historias de esa soledad trágica de los amantes extraviados bajo la rueda del destino. Esto no era una estepa, ni un bosque nevado: aquí lo que hay es trópico. Imposible, decía Buñuel. Mutis, ante la rotunda respuesta de su amigo, dudó: sí se podía. Existía la posibilidad de escribir terror gótico en estos parajes, en medio de la selva y los llanos. Fue tal su ímpetu que, para contestarle a su amigo, escribió La mansión de Araucaima, obra inaugural del género en la que se narra la vida de distintos personajes (figuras representativas de alguno de los estamentos del poder) sometidos al influjo de una vieja casona campesina. Buñuel quedó desconcertado; aunque aquí no acabaría todo. Carlos Mayolo y Luis Ospina, los cineastas del parche de Cali, o “Caliwood”, decidieron llevar este género al cine. Tranquilos: acá no cobramos boleta para entrar en nuestra historia.
Lo primero: no es un mero subgénero del gótico; más bien, es una propuesta autóctona por tejer un relato de terror y fantasía inspirado en nuestro territorio y cultura. Mayolo, al respecto, rememora en La vida de mi cine y mi televisión una frase que Mutis solía repetir: “el calor es el origen de toda una estética”. La idea, entonces, era desentrañar una forma particular de imagen y una narrativa acorde a la realidad de nuestro trópico caliente, enmarañado y a la vez risueño, exuberante y desparpajado, repleto de aristas y recovecos. Si en México las ideas no paraban de fluir, en Cali no escampaba. A mediados de los 70, la ciudad encaraba una agitada vida cultural y económica. El colofón de esta situación fue la consagración de la ciudad como sede de los Juegos Panamericanos de 1971. Más allá de cualquier cosa, “la Sucursal del Cielo” respiraba cosmopolitismo. En ella convivían la música y la literatura; el cine y el pensamiento; lo rural y lo urbano; lo nuevo y lo viejo. Los cineastas no fueron ajenos a toda esta transformación social; más bien, lo que hicieron fue volver a sus raíces y emprender una búsqueda entorno a una “estética de lo propio”: más allá del documental y el cine social, era necesaria una expresión cinematográfica caleña, cálida y cosmopolita, que narrara los nuevos imaginarios urbanos sin desconocer su conexión con la tradición rural. Cali era un hervidero de sonidos, una explosión de imágenes e historias por contar. El cine estaba en la calle y era necesario saber capturar los pasos de una metrópoli que bailaba mejor que nadie. Resultado de este “retorno a las raíces”, en el Valle del Cauca, dice Mayolo, “regresamos a la hacienda feudal, a los vampiros con ingenio azucarero, hacia los pájaros conservadores de los años cincuenta”. Tanto Álvaro Mutis como Luis Ospina y Carlos Mayolo se acercaban a lo mismo: ¿cómo narrar una historia en la que sus personajes se ven arrastrados por fuerzas ambientales, mitológicas y siniestras, propias de un lugar? ¿Puede el cine narrar los espacios tradicionales de nuestras leyendas? Buñuel había puesto a nuestro talento nacional en una encrucijada. Sin pretenderlo, a la par de Mutis, Mayolo y Ospina se sumaban al reto. Mayolo, al hablar sobre su versión de La mansión de Araucaima en La vida de mi cine y televisión, explica muy bien todo esto: se trataba de lograr “narraciones de orden-fantástico misterioso, donde se entraba a un lugar, ya sea un castillo o un convento y sucedían cosas que no ocurrían afuera, en el contexto de la realidad. Eran los falansterios que, desde la Edad Media, acogían a locos desvariados, gentes expulsadas de las ciudades, y el señor feudal los acogía y organizaban un mundo perverso, donde no cabía la inocencia”. Tamaña tarea, pero acá nada nos queda grande. Cumplimos con el reto y, de paso, creamos nuestro propio género de terror: el “gótico tropical”.
Los cineastas de Cali coquetearon constantemente con la tradición del relato de terror y su cine. Amantes de las adaptaciones de Edgar Allan Poe de Roger Corman, George Romero y otros clásicos del género, no les era descabellado preguntarse por la elaboración de este tipo de películas cimentadas en el universo caleño. Uno de los primeros en dar un paso firme en esta dirección fue Luis Ospina, con su película Pura Sangre (1978). El filme, una ambiciosa y fuerte crítica a la Cali de ese momento, narra la historia de Roberto Hurtado, un anciano que padece de una extraña enfermedad cuyo tratamiento implica constantes transfusiones de sangre de personas jóvenes. Roberto, además, es una figura importante de Cali: es dueño de uno de los ingenios más grandes de la región. Su hijo procura mantener el tratamiento; sin embargo, es muy difícil dar con gente joven dispuesta a donar su sangre a diario… Aquí es donde la cosa se vuelve turbia. Muy turbia. La película oscila entre la crítica social y el recuerdo de una de las crónicas rojas que conmocionó a Cali: la del “Monstruo de los mangones”. Las apelaciones al gótico aparecen en todas partes: desde la figura de Roberto Hurtado, “el dueño de la ciudad”, que observa desde su cuarto (una especie de panóptico siniestro) todos los movimientos de su familia y empleados—es evidente aquí el guiño a Ciudadano Kane—; hasta el ambiente enrarecido de la finca en donde Perfecto (el personaje de Mayolo) y sus cómplices realizan las “tareas encargadas”: conseguir la sangre, sin importar nada.
Dos son los filmes de Mayolo que nutren este género: Carne de tu carne (1983) y La mansión de Araucaima (1986). Sobre el primero, hay varias historias por mencionar: el guion partió de una idea en común con Andrés Caicedo—la historia originalmente se llamó No me desampares ni de noche ni de día—y estableció el cine de autor de Mayolo y su teoría sobre el gótico tropical. Aunque la propuesta era la de narrar La Violencia de los 50 y el contexto de la dictadura de Rojas Pinilla a partir de una historia de terror familiar, sin dejar de lado algunas de nuestras leyendas y mitos tradicionales como la “Madremonte”, existía la necesidad de una gramática del terror propia, caleña y tropical. Fue así como ocurrió lo que ya conocemos: los elementos del gótico, el “terror de tierra caliente”, aparecieron sin reparo alguno en la pantalla. Aunque la película no se promocionó a nivel nacional de esta manera, luego, sobre todo en España, se refirieron a ella como una historia “de gótico latinoamericano”. Mayolo no desconoció esto; antes bien, vio con curiosidad el gesto. En efecto, se trataba del inicio del gótico tropical. Tanto en Mamá, ¿qué hago? y La vida de mi cine y mi televisión, Mayolo reconoce en esta película la teoría y origen de su visión particular del gótico tropical. Tras este filme, en La mansión de Araucaima se madurarían varias ideas sobre nuestro género de terror internacional. Mayolo había visto en la historia de Mutis un potencial inmenso para trasladarla al cine y, por casualidades de la vida, el proyecto de filmarla llegó a sus manos. En medio de esta película, Mutis y Mayolo afianzaron su amistad; incluso, el escritor acompañó con ideas y comentarios al cineasta. Podríamos contarte mucho más, pero sabemos que ya las crispetas están reventando dentro de la olla. Nos quedan nombres y circunstancias fuera del relato que bien valdría retomar en algún momento. ¿Quién no querría ver estas películas? Más allá del gótico tropical, nuestro cine nacional no para: es un esfuerzo inmenso por descubrir la diversidad de lo que somos.